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Los políticos como bandidos

  • Foto del escritor: Rafael Pabón
    Rafael Pabón
  • 29 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 28 jul 2021

Un bandido llamado, digamos, Rómulo, descubrió bien pronto que por la fuerza podía obtener casi todo lo que quisiera. Alto, fuerte y atlético, se había metido en tantas peleas que ahora no había nadie que pudiera vencerle. El problema era que Rómulo sabía hacer poco más que pelear, y de pelear no se come. Sin importar cuántas veces golpees la tierra, la tierra no va a darte trigo o legumbres a la fuerza. Rómulo necesitaba que otras personas arasen el suelo para quitarles a ellos la comida.

Con el tiempo Rómulo se hizo de una banda de colegas que, al ver que nadie podía pararle, decidieron que era mejor estar de su lado. Así, el ejército de bandidos de Rómulo se paseaba de villa en villa, apoderándose de todo aquello que encontraban valioso. Semana a semana los habitantes de estos pequeños poblados vivían con miedo constante al próximo pillaje de los forajidos.

Sin embargo, hubo un evento que cambiaría la vida de Rómulo para siempre. Resulta que de una tierra muy lejana llegó otro bandido, Olaf. Era casi tan fuerte como Rómulo y tenía su propia banda de amigos forajidos. Rómulo estaba ansioso por enfrentarse al nuevo contendiente, el problema era que nunca podía encontrarle, lo que si encontraba, en todo caso, eran los despojos y destrozos que la banda de Olaf dejaba a su paso.

Rómulo estaba enojado, pero, más que nada, estaba preocupado. Si Olaf seguía saqueando pronto no quedaría nada que repartirse. Así que decidió esperar a su adversario en una villa especialmente atractiva, de buen suelo y excelentes vinos. Acampó durante días a las afueras del pueblo esperando que Olaf viniera a saquear y, cuando este así lo hizo, arremetió en una feroz carga contra la banda de forajidos rivales, asesinando a muchos e hiriendo a su gran enemigo.

La mayor sorpresa de ese día, no obstante, no sería la huida en desbandada de sus enemigos. El momento más inesperado fue cuando los habitantes de la villa salieron corriendo de sus casas para agradecer a la banda de Rómulo. Pronto le estaban ofreciendo sus mejores cosechas e, incluso, rogándole que no se marchara. El joven y fuerte bandido se lo pensó muy bien y pronto se dio cuenta de que, si se quedaba a proteger la villa, podía asegurarse todos los productos que quisiera sin tener que preocuparse de perseguir a Olaf. Así, Rómulo decidió dejar de vagar de villa en villa saqueando, y proteger una sola, a la que haría crecer usando su fuerza

Todo es cuestión de racionalidad

La anterior no es la verdadera historia de la fundación de Roma, desde luego, los nombres no son más que un recurso literario. Se trata, en realidad, de una especie de mito fundacional de la vida en sociedad, basado en las ideas propuestas por el economista y sociólogo estadounidense Mancur Olson.

Verás, Thomas Hobbes, filósofo inglés, decía que la vida del hombre en su estado natural era "solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta". Este estado natural no es otra cosa que una existencia anárquica, en la que cada persona hace lo que puede y quiere para sobrevivir. Una vida en la que el ser humano, más que humano, se comporta como animal. El problema fundamental que Hobbes plantea en su libro Leviatán es, grosso modo, cómo superar este estado natural para garantizar la coexistencia pacífica entre las personas.

Sin entrar en muchos detalles, el Leviatán de Hobbes es el Estado, uno absoluto, eso sí, que controle prácticamente cada aspecto de la vida de las personas (en eso difiere de nuestros Estados modernos). Aunque sus ideas fueron y siguen siendo muy influyentes, el problema con el monstruo omnisciente de Hobbes es que no queda muy claro cómo engendrarlo.

Nuevamente sin entrar en mucho detalle, para el filósofo el monstruo nace de la agregación de voluntades individuales. Si todos los individuos ceden 'parte' de su libertad, pueden alcanzar una 'verdadera' libertad, una vida tranquila lejos del estado natural de guerra constante. El problema es que este acto de renuncia requiere de las personas un nivel de virtuosidad que va en contraposición al mismo estado natural que Hobbes propone inicialmente.

Aquí entra en escena la influyente propuesta de Olson. Si recuerdas la historia de Rómulo y su banda de forajidos, te habrás dado cuenta de que lo que impulsó al joven guerrero a empezar a proteger el pueblo no fue la cualidad de sus virtudes, sino un mero cálculo de ganancias personales. Extraer rentas de un pueblo, a cambio de protegerlo, es más rentable que saquearlo. Esta es la clave para poner fin a la anarquía del estado natural, solo hace falta ser egoísta, estar interesado en maximizar la utilidad personal o, como dicen los economistas, ser un individuo racional.

Olson decía que había dos tipos de bandidos en el mundo: bandidos errantes y bandidos estacionarios. Un bandido estacionario era aquel que, por los medios que fueran, lograba acumular suficiente poder como para asegurarse el control de la violencia en una zona geográfica de forma relativamente indisputada. Una vez alcanzado este punto, el mismo bandido se terminaría dando cuenta de que, en vez de ir de pueblo en pueblo, es mucho más cómodo quedarse en uno solo bebiendo las mieles del trabajo de los demás.

Esto, sin embargo, no es conveniente tan solo para el bandido estacionario, los pobladores también se ven beneficiados por este esquema. En primer lugar, se acaba la incertidumbre, es mucho más sencillo planear la vida si sabes que el primero de cada mes tienes que pagar tus tributos, en vez de vivir con el miedo de no saber cuándo una turba de forajidos aparecerá en el horizonte. El tributo, además, se vuelve considerablemente menos caprichoso, no es el 100% de la producción una semana y 20% la próxima, el porcentaje se mantiene relativamente fijo. Por último, para monopolizar la violencia el bandido estacionario no solo debe proteger a los pobladores de bandidos errantes, sino de ellos mismos, solucionando el dilema de la anarquía del estado natural.

Existen otras consecuencias inesperadas de esta transformación de los bandidos errantes en reyes. Los campesinos, que ahora tienen mayor confianza en el futuro, se pueden dar el lujo de producir más, ahorrar incluso, invertir en cosas que generen mayores ganancias a largo plazo. Un bandido estacionario no solo no tiene que viajar de pueblo en pueblo saqueando, también ganará más que un bandido errante, incluso si ambos extraen el mismo porcentaje de la producción de sus víctimas, o súbditos. De hecho, la teoría dice que, eventualmente, el monarca debería darse cuenta de que extrayendo un porcentaje menor de la producción de los campesinos les motiva a producir más (pues se quedan con más), de tal forma que en algún punto cobrar el 10% puede ser más redituable que cobrar el 50%.

Así como estas, existen una gran cantidad de implicaciones derivadas de los aportes de Mancur Olson, por ejemplo la importancia de los horizontes temporales de los gobernantes o las razones por las que un gobierno participativo mayoritario debería producir más riqueza que una autocracia. No obstante, estos detalles escapan a los márgenes de este texto. Lo importante con lo que deberías quedarte, por ahora, es que el problema de la convivencia humana debería solucionarse casi que por sí solo.

Incluso siendo seres egoístas, o teniendo el poder para tomar lo que queramos por la fuerza, garantizar la seguridad de los demás es la mejor forma de maximizar nuestras ganancias. No es necesaria virtud, solo racionalidad, aunque a veces esta también parezca escasa.

 
 
 

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