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Mitos de la prosperidad: la ignorancia

  • Foto del escritor: Rafael Pabón
    Rafael Pabón
  • 4 ene 2022
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 7 feb 2022

Es indudable que en el mundo hay países ricos y países pobres, países en los que la calidad de vida de sus habitantes mejora año con año, y países en los que, por el contrario, el progreso se mueve a paso de tortuga. Este es un hecho que, en la cotidianidad, muchos de nosotros aceptamos sin más.


Esta, sin embargo, no es una actitud científica hacia la vida. Así como los físicos no aceptan sin más el comportamiento de las partículas y se dedican solo a describir lo que hacen; los científicos sociales no se sientan tan solo a observar el mundo y hacer un reporte pormenorizado de la forma en la que está organizado. Si existen países pobres y países ricos, también debe existir una razón para que esto sea así, si logramos entender cuáles son las variables que han dado al mundo el orden que nos presenta, también podemos intentar cambiarlo.


En otras entradas de esta serie ya hemos visto que muchas de las explicaciones sencillas que usamos para explicar la pobreza y riqueza de los países están equivocadas. Por ser más puntuales, sabemos ya que los países no se hacen ricos por su condición geográfica o los recursos naturales de los que disponen –o han hurtado-. Sabemos también que la cultura -por más llamativa que nos pueda parecer como variable explicativa- no tiene la robustez para explicar la prosperidad o desdicha de una comunidad.


En esta entrada hablaremos, entonces, de otra de las explicaciones favoritas de las personas para intentar dar sentido a la dicha o desdicha de las naciones, la ignorancia. La ignorancia como teoría explicativa de la prosperidad puede, a su vez, presentarse en dos formas diferentes: ignorancia por la complejidad de las sociedades humanas, e ignorancia por la falta de conocimiento de sus dirigentes. Para desmentir la segunda es necesario desmentir la primera, así que lo mejor será empezar por ahí.


En las ciencias sociales, a veces existe la percepción de que todo el conocimiento que en ellas se produce es relativo. Quizá porque hay ambigüedad en sus métodos, así que los resultados que presenta no son replicables ni generalizables. En palabras más simples, esto significa que el conocimiento científico que producen algunos científicos sociales está muy ligado a la subjetividad e interpretación personal.


No obstante, este no es siempre el caso, existen una gran cantidad de instituciones educativas y académicos que se dedican a producir conocimiento de manera rigurosa. Una de las mayores preocupaciones en estos círculos es, precisamente, lograr encontrar métodos de investigación que sean replicables y generalizables. Es decir, que se puedan encontrar los mismos resultados cuando un científico diferente lleve a cabo un estudio similar y que el método de interpretación de los resultados sea objetivo, es decir, que el criterio sea ajeno a la persona que investiga.


En esta búsqueda de métodos de investigación robustos y rigurosos, muchas ciencias sociales empezaron a tomar prestados métodos científicos y estadísticos propios de ciencias más ‘duras’, como la medicina o la física, por ejemplo. También han desarrollado sus propias técnicas rigurosas, replicables y objetivas. El principal objetivo detrás de esto ha sido, como debe ser en toda ciencia, la búsqueda de la verdad, no quitar a las sociedades humanas su complejidad.


¿Por qué he gastado tanto tiempo explicando esto que no parece estar relacionado con la prosperidad de las naciones?, porque para poder desmentir la explicación de la ignorancia es necesario, primero, creer en que es posible que las ciencias sociales produzcan conocimiento objetivo y generalizable.


La razón para esto es que la primera versión de la ignorancia como explicación del fracaso o éxito de los países expone que las sociedades humanas son tan complejas, tan difíciles de entender, tan llenas de sutilezas, que es imposible explicar su fracaso o éxito con una teoría exhaustiva. Es más, nada en ellas puede ser explicado a cabalidad, solo podemos aspirar a conocer las razones tras algún episodio en algún espacio determinado, si acaso.


En este sentido, el problema es que cada sociedad tendría su propia respuesta a la pregunta de cómo alcanzar la prosperidad, y toparse con ella estaría más ligado a la suerte que a la persecución de una serie de pasos específicos. Habría países pobres porque es muy difícil saber qué hacer para ser próspero.


Si creemos, por el contrario, que las ciencias sociales pueden producir conocimiento objetivo y generalizable, podemos creer, también, que hay respuestas, pasos, políticas públicas para que una sociedad alcance el éxito. Muy poco puedo hacer en el espacio de esta entrega para convencerte a cabalidad de que esto último es posible, es más, puede que incluso con un espacio infinito no lo lograse, porque la creencia en que las sociedades humanas son incomprensibles en esencia es más un dogma que un argumento.


No obstante, existen métodos estadísticos y científicos muy rigurosos que han probado que sí se puede intentar comprender de manera objetiva a las sociedades humanas, la consecuencia de muchos tipos diferentes de políticas públicas, de medidas económicas, de tipos de gobierno, de diversas instituciones, y un largo etc. Y cada año, con el advenimiento del big data y el uso del machine learning en las ciencias, estos métodos se hacen más finos.


El problema no es que la prosperidad sea un tema incognoscible, para el que no se puedan hacer recetas eficientes. No es que la humanidad esté condenada a la ignorancia sobre sí misma ¿Entonces, por qué hay tantos países pobres, gobiernos y sociedades disfuncionales? Aquí viene la segunda explicación ligada a la ignorancia. Sí, puede que las respuestas estén ahí afuera, esperando a ser puestas en práctica, pero nuestros gobernantes son muy ignorantes como para usarlas. No es que no quieran, es que ni siquiera saben qué es lo que hay que hacer.


Es muy tentador creer en esta explicación, no solamente parece ser más compleja que las explicaciones más deterministas y ambiguas como la geografía y la cultura, sino que, además, deja muy mal parados a los políticos a los que atribuimos nuestras desdichas sociales. Palabras más, palabras menos, somos víctimas de la estupidez.


Esto puede tener sentido. En los países más pobres el sistema democrático se ha configurado alrededor de fenómenos que disminuyen la calidad de los políticos en materia de conocimientos. El clientelismo, por ejemplo, en el que maquinarias electorales compran votos a cambio de bienes de bajo valor. El patronaje, en el que a través de empleos en el sector público se crea dependencia hacia los partidos. Hasta el simple uso de la coerción y la violencia. Sería normal, entonces, que nuestros gobernantes no sean muy estudiados.


Lamentablemente, esta no es la verdadera causa por la que los políticos no toman las mejores decisiones para generar prosperidad y conducir a sus países hacia el desarrollo social y económico. Puede que nuestros gobernantes no tengan ni idea de que el liberalismo es mejor que el intervencionismo, o que los impuestos a la clase media solo terminan generando pobreza, afectando a la misma base electoral a la que intentan satisfacer. Puede que sean ignorantes, pero, la verdadera clave del asunto está en que no tienen incentivos para dejar de serlo o, incluso aprendiendo, no tendrán incentivos para poner en práctica lo aprendido.


Pensemos por un momento en un caso paradigmático: los créditos internacionales otorgados por organizaciones financieras supranacionales y la liberalización económica. En Latinoamérica está muy extendida la idea de que la apertura económica a finales de los 90 solo ha traído pobreza y desempleo a lo largo de los años. Esto es más o menos cierto, sin embargo, la idea es el producto del desconocimiento sobre lo que realmente sucedió.


La liberalización económica en la región fue el producto de la insostenibilidad de muchas de las medidas populistas que los gobiernos latinoamericanos habían venido desarrollando a lo largo del siglo XX y que estaban a punto de hacer colapsar sus economías. Entre esas medidas se encuentra, por ejemplo, proteger e incluso subsidiar industrias nacionales ineficientes que trasladaban la carga de su falta de competitividad al consumidor. El proteccionismo o modelo de sustitución de importaciones por el que muchas personas todavía claman hoy en día.


Cuando el desastre venidero se volvió demasiado evidente, los gobiernos pidieron ayuda a organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, quienes decidieron prestarles el dinero que necesitaban para mantener sus economías andando, con ciertas condiciones. Como podrás entender, entre esas condiciones se encontraba la liberalización de las economías.


Contrario al pensamiento popular, la liberalización económica genera prosperidad, pero se debe dar bajo circunstancias muy específicas. Se tiene que facilitar el proceso de creación de empresas, la protección de propiedad intelectual y el registro de marcas, bajar los impuestos a las empresas micro, pequeñas y medianas, además de hacer que sea sencillo pagarlos. Se debe tener mucho cuidado de no subsidiar empresas grandes que distorsionen la competencia e impidan el acceso de nuevas firmas al mercado. Entre muchísimas otras cosas. Los gobiernos de la región, sin embargo, se limitaron a derribar aranceles y facilitar la importación de productos extranjeros.


Los políticos que llevaron a cabo estos procesos sabían lo que era necesario hacer, pero no lo hacían porque hacerlo habría tenido consecuencias negativas para ellos. Para bajar impuestos, por ejemplo, el Estado tiene que renunciar a llevar a cabo grandes proyectos públicos, o dar subsidios u otras formas de transferencias de dinero.


En otros casos, las consecuencias les son directamente perjudiciales. Muchas de las instituciones que tendrían que ser reformadas les privarían de mecanismos que utilizan, de hecho, para generar recursos financieros para ellos mismos, básicamente tendrían que ‘perder dinero’. Además, las transformaciones que generan prosperidad permiten que otros grupos sociales se vuelvan lo suficientemente influyentes como para ganar poder político y participar mejor de la repartición de ganancias del país. Esto, de hecho, ha pasado a lo largo de toda la historia y es lo que el economista Joseph Schumpeter denominaba destrucción creativa.


Desde luego, podríamos seguir adentrándonos más en este tema, que da para muchísimas conversaciones diferentes. Sin embargo, lo que deberías extraer de esta entrada es que la ignorancia no explica la riqueza o pobreza de los países, en ninguna de sus acepciones. No es que las sociedades humanas sean tan complejas que no conozcamos las respuestas a cómo hacerlas prósperas. Tampoco es que nuestros gobernantes sean increíblemente tontos y que no tengan ni idea de que hacen. Por el contrario, la verdadera razón por la que las mejores medidas políticas no se llevan a cabo es, simplemente, porque a alguien no le conviene.


Esta explicación final a la razón de la prosperidad de los países puede parecer muy simple, sobre todo después de criticar otras explicaciones por su reduccionismo; sin embargo, la complejidad no está, necesariamente, asociada a la verdad. Lo verdaderamente interesante, en todo caso, es explorar el conjunto de contrapesos que se forman al interior de los países pobres para mantener el statu quo que da comodidades a quienes se encuentran en el poder. En suma, la verdadera razón de la riqueza y la pobreza de las naciones, es decir, las instituciones. Algo que exploraremos más adelante.


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