Mitos de la prosperidad: la cultura
- Rafael Pabón
- 27 jul 2021
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 4 ene 2022
Cuando uno mira un mapa del continente americano es fácil notar que lo países ricos, Canadá y Estados Unidos, están al norte; y que los países más pobres se encuentran al sur, empezando desde México hasta llegar a Argentina. Es natural preguntarse, entonces, por qué tantos países americanos son tan poco productivos, tienen tan altos niveles de pobreza, desigualdad, violencia y, en general, tan bajos estándares de calidad de vida. Como ya vimos en entregas pasadas, la abundancia de recursos naturales, ya sean propios o ‘hurtados’, no explica la pobreza o riqueza de los países, así que algunas personas han apuntado a otro culpable típico: la cultura.
Con un mínimo de análisis es fácil notar que Estados Unido y Canadá, no solo son más ricos que los países latinoamericanos, sino que parecen pertenecer a otro ‘mundo’, esto es a la cultura anglosajona. Al fin y al cabo, la mayor parte de Latinoamérica fue colonizada por los españoles, mientras que estos dos países estaban bajo el dominio de los ingleses, ¿podría ser que la razón del éxito estadounidense y canadiense corresponda a la fortuna de haber sido regidos por la Corona británica y no la española?
En principio esta explicación suena factible y provocadora. Si pensamos en algunas otras colonias inglesas, podemos darnos cuenta de que Australia y Nueva Zelanda, que también fueron parte del Imperio británico, son igualmente países muy prósperos hoy en día. Parecería, a priori, que hay algo innato en los británicos que hizo que los países que colonizaron tuvieran mejores experiencias de desarrollo a través del tiempo en comparación con otros como, digamos, Colombia o México.
Para que esto fuera cierto, no bastaría tan solo con que sus colonias fueran prósperas, también ellos mismos deberían ser más prósperos que otros países que también tuvieron colonias y ‘parieron’ países pobres. Un análisis rápido nos muestra que, efectivamente, los británicos tienen la economía más fuerte de Europa, tan solo por detrás de Alemania (o sea que las excolonias alemanas deben ser paraísos sobre la tierra).
Todo esto suena muy bien, de hecho, suena tan bien que ha sido extensamente teorizado en la literatura académica. Probablemente la más famosa de las obras que ha sido escrita con base en esta idea es La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber. El autor alemán, padre de la sociología, defiende la idea de que la religión protestante es la responsable del espíritu trabajador y emprendedor de los anglosajones. Por resumir de forma muy simplista, Weber dice que la religión protestante observa el trabajo como una actividad virtuosa a través de la cual el hombre alcanza la salvación, como los anglosajones se suscribieron a esta rama del cristianismo –al inventarse el anglicanismo-, los anglosajones son más trabajadores.
La religión católica, por otra parte, condena las riquezas materiales, es una religión de los pobres y, por lo tanto, hace que sus seguidores tengan una mentalidad en la que el trabajo excesivo es visto como avaricia, algo malo. Por eso la Europa mediterránea (mayoritariamente católica) se habría quedado tan atrasada en comparación con la parte protestante. Con el tiempo, la teoría de que la cultura es responsable de la prosperidad económica de los pueblos se ha vuelto más compleja, ya no se limita solo a la religión, sino que incluye también valores, imaginarios, comportamientos, etc.
Esta teoría de que la cultura de las personas es la responsable de la prosperidad de los países estaría muy bien si no fuera porque no lo está. En primer lugar, no todas las colonias británicas son casos de éxito hoy en día, de hecho, la mayoría no lo son. Es solo cuestión de considerar por un momento las dimensiones que llegó a tener el Imperio británico en su día, si recibir una inyección de cultura inglesa fuera suficiente para volverse próspero, entonces casi todo el Caribe sería potencia mundial, y la mitad de África le competiría en los mercados a China.
Precisamente, pensando en China, durante siglos la descripción del mundo occidental sobre los habitantes de este país es que eran personas flojas y perezosas. Quizá porque el confucianismo era una religión que predicaba ideas de pasividad ante el mundo; quizá por la epidemia de adicción al opio que asoló a los chinos durante el siglo XIX, auspiciada por el imperio británico. Sea cual sea la razón, al chino se le caricaturizaba como un ser humano de naturaleza perezosa. Irónicamente, hoy día el estereotipo ha sido subvertido en un giro de 180 grados, debido a la creciente importancia de China en el mercado económico mundial, a las personas de esta nación se les caricaturiza como trabajadores obsesivos.
Pareciera que la opinión pública primero analizara cómo le va a una comunidad en el partido de la vida antes de decidirse a conceptualizar su cultura. ¿Los africanos son pobres?, pues hoy será políticamente incorrecto decirlo, pero seguro que son perezoso; ¿los estadounidenses son muy ricos?, es que ya ves que lo único que les importa es competir; ¿los coreanos son muy innovadores?, pues es que son unos matados en el colegio y la universidad, solo viven para estudiar. Da la impresión de que la cultura es un derivado de la realidad social, política y económica de un país, y da esa impresión porque, de hecho, así es.
La cultura no viene primero y luego la prosperidad económica; primero viene la prosperidad económica y luego la cultura. De por sí, es difícil definir siquiera qué es cultura, pero lo que sí es seguro es que esta –con sus difusas fronteras- es una respuesta adaptativa de las comunidades a su entorno. Si la iglesia anglicana tiene en tan buena estima al trabajo no es porque, casualmente, sus creadores hayan terminado desarrollando ese sistema de creencias en el azaroso devenir de la historia. Más bien, las circunstancias económicas y políticas del entorno hicieron deseable –y posible- el surgimiento de este tipo de ideas, y ese entorno es lo que realmente genera y mantiene la prosperidad.
No debería extrañarnos entonces que muchísimos países protestantes no sean prósperos. Grecia, Armenia, Moldavia, Rumania, Serbia, Etiopía, Jamaica, Zimbabue, todos países que siguen mayoritariamente la religión ensalzada por Weber, pero que no son prósperos. La cultura es una consecuencia, no una causa.
Pensemos en un ejemplo por un momento. Algo que va de la mano con la prosperidad económica es el emprendimiento. La riqueza de los países se genera a través de las empresas que comienzan sus habitantes, algo que va muy ligado a la capacidad de detectar demandas que no están siendo satisfechas, oportunidades para generar una ganancia y cubrir alguna necesidad. Por esta misma razón, el emprendimiento está muy ligado a la innovación. Hay países en los que el emprendimiento es mucho más común que en otros e, incluso, dentro de los mismos países hay variación en los niveles de emprendimiento entre regiones. Este tipo de variaciones, poco a poco, han sido atribuidas en la opinión pública al concepto abstracto de: cultura de emprendimiento.
La cultura de emprendimiento puede tomar muchas formas estéticas, y estar acompañada de muchas ideas e imaginarios diferentes, para lo que nos atañe aquí esto no es importante. El asunto es que, a mayor cultura emprendedora, mayor prosperidad, derivada de la disposición de las personas a identificar necesidades no satisfechas, en teoría. Con esto en mente, vayamos al pasado entonces.
En el siglo XIX, la locomotora a vapor se tomó al mundo por asalto. El invento permitía transportar de forma rápida y barata cargas muy pesadas que, hasta entonces, requerían de transporte impulsado por animales. El uso de ferrocarriles para transportar personas y mercancía era una oportunidad excelente tanto para los empresarios que decidían construirlos, como para quienes podían usarlos para incrementar sus ganancias.
Así pues, para 1870, países como el Reino Unido, Francia y Alemania, tenían redes de locomotoras muy densas a lo largo de todo su territorio. No obstante, en países como Rusia o el Imperio austrohúngaro, el invento revolucionario era más bien algo anecdótico, casi inexistente. ¿Por qué?, ¿tenían los británicos una cultura emprendedora más fuerte que los rusos? La respuesta rápida es: no. Mientras en Reino Unido el Gobierno permitió que emprendedores acometieran el proyecto de construir los ferrocarriles, en Rusia el zar se opuso fervientemente, por miedo a que el transporte masivo minara su poder y el statu quo en el país.
Volvamos al presente. En muchos países hay regiones que son reconocidas por su capacidad para hacer empresa. Antioqueños en Colombia, Neoloneses en México, etc. Muchas veces la cultura emprendedora con la que se identifica a estos lugares no es producto de la disposición de sus gentes, sino de la disposición de un sistema que les favorece, su cultura ha sido forjada por un ambiente favorable.
¿Quiere decir esto que la cultura no sirve para explicar nada?, pues más o menos. La cultura sirve para explicar la persistencia de la pobreza en algunos casos, no su comienzo. En África, por ejemplo, después de siglos y siglos de esclavitud, durante los cuales vecinos entregaban a sus vecinos a los esclavistas, la cultura que ha sobrevivido es de una profunda desconfianza interpersonal, algo muy malo para el desarrollo económico. Aunque sea interesante entender las consecuencias de las verdaderas causas de la prosperidad o pobreza de los países, lo que realmente debemos entender son sus orígenes, algo que exploraremos más adelante.
Comments