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Lo 'bueno' de la guerra

  • Foto del escritor: Rafael Pabón
    Rafael Pabón
  • 28 jul 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 23 jun 2021

Difícilmente sabría el legionario romano que ensartaba bárbaros con su espada 100 años antes de Cristo que con cada vida que tomaba construía ciudades, futuras naciones, gobiernos, sistemas económicos o instituciones públicas. De la sangre derramada, el miedo a la venganza, y la ambición (o avaricia) nacerían leviatanes, monstruos gigantescos que llamaríamos Estados y garantizarían orden en el caos de la anárquica existencia humana.

"La guerra hizo al Estado, y el Estado hizo a la guerra", este famoso aforismo, acuñado por el sociólogo estadounidense Charles Tilly, encarna una de las contradicciones fundamentales entre el saber especializado de la ciencia política y el sentido común. Su veracidad implica que a más guerra, más Estado, y viceversa. Una idea que difícilmente parecería tener sustento ante las imágenes de los horrores de las confrontaciones bélicas, que a su paso parecen dejar tan solo destrucción y pena.

Un vistazo más cercano y más frío (helado como el hielo), sin embargo, muestra una realidad diametralmente opuesta. La guerra es un asunto complejo, que va mucho más allá del mero acto de causar daño a otro ser humano. En tiempos antiguos hacían falta armas y armaduras, caballos, soldados que se mataran entre ellos, comida para los soldados, cadenas de reabastecimiento larguísimas y, en suma, dinero. Esto no ha cambiado con el pasar de los tiempos, al contrario, el arte de la guerra no ha hecho sino volverse más costoso y especializado. La dificultad de movilizar caballeros con armadura en la edad media no se compara con la de construir un avión de combate en el siglo XXI.

Si eres un poco astuto, probablemente ya te hayas dado cuenta del problema con esto. Si la guerra es costosa, ¿de dónde sale el dinero para costearla? Algunos 'mitos urbanos' de la geopolítica contemporánea ofrecen en el saqueo de recursos naturales de los Estados perdedores respuestas incompletas al acertijo. Una respuesta más sencilla (y completa) es que el dinero sale de los mismos Estados que hacen la guerra, ni más ni menos.

Sin embargo, responder esta pregunta puede ser adelantarse un poco a los hechos. Primero es mejor hacer un ejercicio de imaginación. Así pues, imagina dos Estados, uno circundante al otro. En ambos, sus respectivos gobernantes tienen incentivos para intentar apoderarse del territorio vecino, pues conquistar al otro implica una doble ganancia: protección y extracción. Si el rival desaparece, uno podrá estar seguro y extraer tributo de un mayor número de súbditos.

Con esto en mente, los líderes de ambos Estados arman un ejército de 50 hombres y los preparan para la batalla. Sin embargo, uno de ellos se da cuenta de que si logra armar diez hombres más tendrá una ventaja significativa en el combate. Con esto en mente, puede crear una oficina de recolección de tributos para lograr extraer recursos de los súbditos que hasta ahora no hayan contribuido a la causa. El gobernante vecino, que no es tonto, se ha dado cuenta de esta movida y empieza a hacer lo necesario para movilizar un ejército de 70 hombres en vez de 60. En poco tiempo ambos ya están pensando en miles y no decenas.

Al final ganará el líder capaz de extraer la mayor cantidad de recursos de los territorios que controla, o, más bien, capaz de extraer mayor cantidad de recursos de las personas que habitan los territorios que controla. Pero extraer recursos no es tan simple como poner una espada frente a un campesino y exigirle una bolsa de dinero, el mandatario tendrá que hacer malabares para, en el propósito de pelear su guerra externa, no terminar creando una interna. Esto último implica hacer concesiones, quizá repartir parte de su poder con líderes de parcelas dentro de su parcela, quizá prometer que proveerá servicios públicos (¿un nuevo pozo?, ¿una nueva iglesia?) a quienes paguen su tributo.

Ahora tenemos a nuestro rey triunfador que se ha anexado una generosa porción del territorio vecino, es de suponer que una vez terminado el esfuerzo de guerra querrá olvidar todas las concesiones e instituciones creadas para el combate, renegando de sus compromisos y volviendo a ser un déspota totalitario. Ciertamente, esto puede pasar. Sin embargo, es poco probable. El rey tiene demasiadas amenazas como para permitirse intentar volver al orden anterior.

En primer lugar, el rey rival todavía rumia la derrota que le proporcionó su vecino (¡la ignominia!), aunque haya perdido una parte de su territorio, todavía es capaz de conjurar un ejército que tome por sorpresa al vencedor. Si el rey incumple sus promesas, ¿quién acudirá a su auxilio la próxima vez que necesite recolectar tributos o movilizar hombres en armas?

Sumado a esto, los soldados que vuelven de la guerra ahora son desempleados veteranos en el arte de matar, si el rey no les paga (o los controla de alguna forma) ¿qué impide que tomen por la fuerza lo que quieran?. Los líderes locales también se han hecho más fuertes a partir de las concesiones de poder que se les dio durante el esfuerzo de guerra. Además su capacidad productiva se ha incrementado por esto mismo y quizá sus riquezas ya rivalizan con las del rey mismo, es de esperar que no renuncien a sus privilegios tan fácilmente.

Este es el núcleo de la teoría belicista, la guerra cambia a los Estados beligerantes de forma permanente. Un Estado que costea un esfuerzo de guerra (suficientemente grande) no vuelve a ser el mismo cuando la violencia termina. Aunque el propósito de este texto es presentar la teoría belicista de manera general, existen numerosos trabajos que relacionan grandes guerras con diversas características del Estado moderno: la división de las ramas del poder público, el sufragio universal, la protección de la propiedad privada, etc. Todas transformaciones que se volvieron permanentes, derivadas de un esfuerzo de guerra.

La historia es compleja, desde luego, la guerra exigía de las personas mucho menos en la época en que con una lanza y una cota de mallas ya podías considerarte un soldado. Famosos eran, por ejemplo, los mercenarios suizos por ser una de las fuerzas de combate más letales de Europa hasta el renacimiento, y cualquiera podía acceder a sus servicios si eran capaces de pagarlos, un ejército sin Estado.

No obstante, a medida que el desarrollo tecnológico hizo que fueran necesarias habilidades cada vez más especializadas para hacer la guerra y matar al vecino, los ejércitos profesionales terminaron demostrando ser, a mediados del siglo XVI, la alternativa más eficiente para ganar batallas. Solo los leviatanes de los que hablamos al comienzo eran capaces de mantener movilizadas estas apabullantes fuerzas de muerte. Probablemente el Estado moderno nació con el ejército profesional.

Algo que debes recordar, sin embargo, es que no existen teorías absolutas. Si te has mantenido escéptico hasta ahora probablemente te hayas dado cuenta de que el argumento de Tilly parece explicar con extrema eficiencia la historia europea, pero no parece tan bueno para explicar la historia de otras regiones del mundo como Latinoamérica, África o Asia.

En Latinoamérica han sido muy pocas las guerras transnacionales. De las pocas que ha habido quizá solo la Guerra del Pacífico y la Guerra de la Triple Alianza hayan sido lo suficientemente significativas como para compararse con las grandes guerras europeas. Entonces, ¿por qué tenemos Estados?. Algunos autores dirían que precisamente la poca cantidad de guerras transnacionales, y la concepción algo 'artificial' de estos Estados, es responsable de la escasa capacidad de los mismos y su ineficiencia. Además, no hubo ningún número de guerras en el continente africano que fuera capaz de engendrar estados fuertes, capaces y duraderos -son contadas las excepciones notables como Etiopía-.

Queda también la pregunta de ¿qué pasa con las guerras internas?, ¿una guerra civil también construye capacidad estatal o la destruye?. Todas son preguntas que escapan a los confines del presente artículo y seguramente trataremos en el futuro. Por ahora lo más importante, además de añadir un conocimiento más a nuestra comprensión del mundo, es recordar que nada en el reino de la política es fortuito, incluso los eventos más dispares pueden estar relacionados, analizar el desarrollo de la historia humana requiere estar listo para establecer relaciones complejas e inesperadas.

 
 
 

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