Mitos de la prosperidad: geografía y recursos naturales
- Rafael Pabón
- 23 jun 2021
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 28 jul 2021
Uno de los mitos más recurrentes en el imaginario político de muchas personas es que los países desarrollados han construido su fortuna sobre la explotación de los recursos naturales de los países subdesarrollados. Bajo este punto de vista, el estado de bienestar europeo está manchado por la sangre de los indígenas asesinados y el oro robado de sus tierras ancestrales. El poderío global estadounidense se alza sobre la manipulación y coerción de Latinoamérica, del expolio incesante de la riqueza de sus suelos. Y así pudiéramos continuar con una larga lista de figuras retóricas que suelen visitar los mismos lugares comunes en los que el imperialismo malvado y el capitalismo, como instrumento de control global, tienen un puesto preponderante.
Digo desde el comienzo que son mitos porque, precisamente, no son más que eso, mitos. Ninguna civilización en la historia de la humanidad se ha hecho próspera cabalgando a lomo de instituciones extractivas. Sin negar las crueldades de los colonizadores españoles, ni los crímenes políticos cometidos por Estados Unidos, lo cierto es que la prosperidad de sus pueblos no se debe a estos actos reprochables, por el contrario, ha sido la prosperidad que primero han cosechado de otras formas lo que les ha permitido, luego, imponerse sobre pueblos menos desarrollados.
La mentira de la riqueza natural como motor de desarrollo
Si realmente los recursos naturales fueran el combustible que soporta los cimientos de la riqueza de los países, entonces España debería ser, hoy por hoy, uno de los países más prósperos del planeta, muy por encima de la mayoría de sus hermanos europeos. Esto a cuenta de las cantidades inimaginables de oro y plata importados de América que, durante la colonia, inundaron sus mercados como nunca antes se había visto en la historia de las civilizaciones. Sin embargo, la realidad es la contraria, del próspero marco de lo que son las naciones de Europa Occidental, España es una de las más modestas, considerando el tamaño de su población y extensión territorial.
De hecho, la abundancia de oro, plata y demás minerales preciosos lo único que logró fue condenar a la, entonces, poderosa Corona de Castilla a un futuro más bien mediocre entre sus vecinos de Europa. Pronto la inflación empezó a hacer estragos con el valor de estos artículos de lujo que, por encontrarse en circulación abundante, comenzaron a ser cada vez menos y menos apetecidos en comparación con los bienes que pretendían comprar. La mayor parte de estas riquezas iría a parar a otros países, especialmente a las costas de Inglaterra, en donde enriquecería a una nueva clase social de comerciantes y empresarios sobre los que se alzaría un nuevo orden social a finales del siglo XVII. La única clase social que el oro forjó en España fue la de colonos esclavistas, sedientos de riquezas, alérgicos al trabajo, la innovación y la inversión. Muchas de estas características sobreviven, a día de hoy, en las élites económicas y políticas latinoamericanas.
Ejemplos similares abundan a lo largo de todo el planeta y a través de toda la historia. Sin duda alguna vienen a la cabeza casos más recientes, como la infortunada Venezuela a la que la abundancia de petróleo –el oro negro- no le ha traído sino desgracias. El problema es que la abundancia de recursos de fácil extracción no crea incentivos para el trabajo, la creación de empresas, la resolución de la demanda de servicios y bienes a través de la provisión de los mismos, sino que, por el contrario, crea incentivos exclusivamente para apropiarse del control y derecho de explotación de tales recursos de fácil acceso. Esto último implica, muchas veces, reprimir los derechos del resto de la población que no posee el poder para acceder a estos recursos, obstaculizar su desarrollo económico y, en últimas, condenar los destinos de la nación ‘bendita’ con recursos naturales.
Lo cierto es que los recursos naturales poco o nada tienen que ver con la prosperidad de una población. Japón es uno de los países más prósperos del planeta y, sin embargo, su suelo es bastante pobre en muchos de los recursos naturales que hoy se consideran indispensables para sostener las demandas energéticas y de industria de un país desarrollado. Esto mismo aplica a países como Corea del Sur, Singapur, o, incluso, la mayor parte de Europa.
Entonces podría uno pensar, de forma simplista, que lo contrario es cierto, quizá es la falta de recursos naturales lo que obliga a los países a ‘hacerse creativos’ y les convierte en pujantes naciones desarrolladas. La respuesta, nuevamente, sería un rotundo no. El caso más claro de esto es Estados Unidos, un país bendito con una cantidad envidiable de recursos naturales tanto en minerales, petróleo, tierra fértil y mucho más que, sin embargo, no ha caído presa de la maldición de los recursos naturales que agobia a otras naciones también ‘bendecidas’ por la naturaleza. Noruega sería otro ejemplo, el país escandinavo posee importantes reservas de petróleo que, sin embargo, no son responsables en lo más mínimo del enorme éxito de esta nación en crear riqueza, distribuirla de forma equitativa y garantizar los derechos de sus ciudadanos.
Otros posibles mecanismos de influencia de la geografía
Existen otras teorías acerca de la importancia de la geografía en predecir el futuro éxito de un país. No son pocos los investigadores –y personas del común- que han notado que la mayoría de los países desarrollados se ubican por encima del trópico de cáncer o por debajo del trópico de capricornio, mientras que la mayor parte de los países subdesarrollados se encuentran en el cinturón de pobreza que rodea el ecuador. Esta coincidencia ha llevado a muchos académicos a sugerir que las zonas más septentrionales o meridionales reúnen ciertas cualidades climáticas, de flora, fauna, o características terrestres que las hacen más aptas para el desarrollo de sociedades humanas prósperas.
Una de las razones, arguyen los defensores de esta teoría, es que, en las zonas de clima más templado, se encontraban en mayor abundancia ciertas especies de vegetación y de animales más aptos para la domesticación, lo que favoreció el paso a la sedentarización y el desarrollo de importantes herramientas tecnológicas que aumentaron la productividad de estos pueblos en comparación con sus contrapartes de climas más cálidos y tropicales.
Sin embargo, es fácil encontrar rápidamente los fallos en el argumento de esta teoría. En primer lugar, se queda corta de horizontes, analiza la historia reciente, pero ignora convenientemente que la organización del mundo no ha sido la misma a lo largo de toda la historia. En algún punto, por ejemplo, las naciones más prosperas de la tierra se ubicaron en climas más cálidos, ejemplo de esto son las civilizaciones Azteca e Inca, que a la llegada de los europeos a América eran igual de prósperas que muchas de las naciones europeas.
Por otra parte, incluso si la teoría fuera cierta, y ciertos climas y ecosistemas favorecieran la invención de tecnologías productivas, no explicaría por qué persisten las diferencias en el desarrollo de los países a día de hoy. Una vez los pueblos de los países con climas menos ‘aptos’ se vieran expuestos a este tipo de tecnologías, deberían poder cerrar rápidamente la brecha de prosperidad entre ellos y sus contrapartes más avanzadas. Sin embargo, mientras algunos fueron más veloces en aprovechar los avances tecnológicos (como Estados Unidos), otros se mantienen a medio camino entre el feudalismo y la modernidad.
Vecinos geográficos, realidades distintas
Por último, vale la pena tomar como ejemplo los casos de los vecinos geográficos con realidades socioeconómicas diametralmente opuestas. Uno de los ejemplos más clásicos es el de las ciudades homónimas de Nogales en Estados Unidos y México, citado por Daron Acemoglu y James Robinson en su libro ¿Por qué fracasan los países? (que servirá como pieza fundamental para explicar muchas de estas entradas).
Las dos Nogales, una en Arizona y la otra en Sonora, comparten la misma geografía, la misma calidad de suelos, el mismo tipo de vegetación y fauna, el mismo ecosistema de enfermedades, el mismo clima y temperaturas anuales promedio, no obstante, una es considerablemente más pobre que la otra. Si realmente la geografía tuviera una influencia importante en la prosperidad de los países, entonces ambas ciudades deberían ser igual de prósperas.
Otro ejemplo importante, catalogado por muchos académicos como el experimento económico y político más grande de la historia, es el que sucede a día de hoy entre Corea del Norte y Corea del Sur. Ambas naciones comparten una historia común, recursos naturales, clima, ubicación geográfica, etc., nuevamente, sin embargo, encontramos que ambos países tienen realidades económicas diametralmente opuestas. Mientras Corea del Sur se ha convertido en uno de los países más avanzados del mundo desde finales del siglo XX hasta el presente, Corea del Norte –y su anárquico gobierno autocrático y comunista- se mantienen hoy a la cabeza de las naciones más pobres del planeta.
En suma, la geografía no sirve para explicar la prosperidad de los países. Estados Unidos no es rico porque robe a Latinoamérica constantemente, y, aunque así fuera, nosotros no nos volveríamos ricos de la noche a la mañana si dejaran de ‘robarnos’. Aunque no profundizaremos en esto ahora, sino más adelante, lo cierto es que lo que realmente importa al momento de explicar el éxito de una nación es su organización social y política, las instituciones formales e informales que rigen el comportamiento de los individuos. Estas instituciones influyen en la forma en que se hacen las cosas tanto en las vidas rutinarias de las personas como al nivel más elevado de la política nacional.
Contrario a lo que se podría pensar, existe un consenso más o menos generalizado entre la comunidad académica más reputada sobre cuáles son las instituciones políticas y económicas que generan mayor prosperidad. La razón por la cual la mayoría de los países no deciden, simplemente, ‘copiar’ la tarea y poner en funcionamiento exactamente las mismas instituciones que generan riquezas en los países desarrollados no es un asunto de que no se sepa exactamente cuáles mecanismos funcionan y cuáles no, sino, más bien, a luchas de poder entre posibles ganadores y perdedores. No obstante, en la próxima entrada discutiremos otra variable que se suele usar para explicar el éxito o fracaso de los países: la cultura.
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